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CORMAGDALENA. (2005). Manual del Río Magdalena. Alvear Editor, 352 p.

DCA

Un río con muchos nombres: Navegando cerca de nuestras costas fue Rodrigo de Bastidas el primero en divisar la mole de la Sierra Nevada de Santa Marta yen observar las desembocaduras de nuestro gran río el 1. de abril de 1501. Este conquistador no pudo pasar del mar al río con sus carabelas por la turbulencia propia de la desembocadura. Más tarde, en 1525, Bastidas regresará a nuestro territorio y fundará la ciudad de Santa Marta.

Por celebrarse aquel día de 1501 la festividad de Santa María Magdalena, el conquistador español bautizó al río con ese nombre, que se impuso sobre el de Nuevo Guadalquivir con que quisieron designarlo otros, para que les recordase la corriente en cuya desembocadura está la ciudad de Sevilla. Lo cierto es que sólo la añoranza de la lejana patria puede explicar la imposible comparación entre el río español, de escuetas riberas que exhiben ralos olivares y nuestro prodigioso río, adornado por la más exuberante y variada vegetación y por abundantísima fauna.

De esa ciudad habían embarcado todos los españoles que venían para Indias y era también el obligatorio puerto de regreso para los pocos que podían volver, bien fuera a discutir sus derechos o a descansar con las fortunas hechas en América. En todo caso, lo primero que tenían que hacer en Sevilla era rendir cuentas ante la Casa de Contratación, organismo encargado de convenir las condiciones entre el Rey y los conquistadores, a los cuales les fijaba territorios y contribuciones.

Luego debían depositar lo que correspondía a la Corona en la famosa Torre del Oro, que todavía está allí en pie en las riberas del Guadalquivir. Sevilla, además, fue el principal puerto autorizado para el comercio con Indias durante casi tres siglos. El otro fue Cádiz, en menor escala.

No es éste el momento para discutir si los conquistadores entregaban todo el oro que debían al tesoro real o si la mayor parte se quedaba en los bolsillos de estos ávidos aventureros.

Bastidas no pudo vencer las corrientes que se presentaban en la desembocadura principal del río, que desde los primeros años de la conquista se conoce como Bocas de Ceniza por el color de sus aguas, pero de Santa Marta luego habrán de partir los exploradores del Magdalena.

Los pobladores del territorio, que pronto iban a entrar en contacto con los españoles muy a su pesar, estaban divididos en multitud de tribus, pero la mayoría de ellos habitaba las riberas de un río que nunca habían explorado más allá de sus límites tribales. Por lo tanto no sabemos a ciencia cierta cuántos nombres tenía el río, dada la multitud de lenguas indígenas.

Desde hace un siglo estamos habituados a hablar de Alto Magdalena, Magdalena Medio y Bajo Magdalena, distinción geográfica obvia para quienes hayan recorrido todo el trayecto desde el nacimiento hasta la desembocadura, pero ignorada por sus primitivos riberanos.

Sin embargo algunas voces indígenas han perdurado y en la literatura se usan para referirse a sectores del Magdalena. Los caribes, que dieron nombre a nuestro litoral, lo llamaban Karakall, Gran Río de los Caimanes. Otras tribus también caribes lo llamaban Karihuaña o Kariguaña, que quiere decir Agua Grande.

Cerca del lugar de Tora, la actual Barrancabermeja, las tribus de esa región lo llamaban Arif (Río del Pez), o Arbí (Río del Bocachico).

La expresión quechua Guaca-hayo o Guaca cayo, que significa Río de las Tumbas, se aplica al Alto Magdalena. Éste recorre el maravilloso valle de San Agustín, cuna de una sorprendente y misteriosa civilización, desaparecida ya antes de la conquista, que dejó no sólo grandes esculturas. En ese valle abundan los templetes, las tumbas con sarcófagos monolíticos, las rocas talladas, los bustos de guerreros, deidades, hombres, mujeres y niños, animales como búhos, serpientes, monos y ranas, además de extraordinarias representaciones de la maternidad, la música y la vegetación.

Carlos Castaño Uribe, en su reciente y bien ilustrado libro Río Grande de la Magdalena, publicado en el año 2003, cambia el nombre de Guaca-hayo por el de Huancayo, sin ninguna explicación.

A pesar de la indiscutible autoridad de Castaño en estos asuntos, no convence la palabra Huancayo referida a nuestro río, máxime cuando en el Perú existe la ciudad de Huancayo, capital de la provincia de Junín, así haya habido alguna influencia incaica sobre las tribus del sur de la actual Colombia.

Hacia el centro del país los chibchas o muiscas entraban en contacto con las tribus ribereñas para intercambiar productos en mercados bien animados a orillas de la gran arteria fluvial que ellos llamaban Yitma, vocablo que significa Río del País Amigo.