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Angulo Valdés, C. (1990). La Ciénaga Grande. En M. C. Jimeno & G. Reichel-Dolmatoff (Eds.), Caribe Colombia (pp. 240-251). Fondo José Celestino Mutis – Fen Colombia.

http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/geografia/carcol/ciegra.htm

Un estudio de las condiciones físicas y humanas de la Ciénaga Grande de Santa Marta requiere una visión integrada de varios factores geográficos que, unidos, constituyen una región natural. Estos son: la isla de Salamanca, el complejo lacustre de Pajaral y la Ciénaga Grande propiamente dicha.

Como tales serán tratados, sin omitir la unidad geográfica que éstos representan y la influencia que, en esa forma, han ejercido sobre los modos de vida de la población asentada allí desde hace varias centurias. Isla de Salamanca: la flecha litoral, llamada impropiamente isla de Salamanca, se extiende de este a oeste entre los últimos 17 kilómetros de la banda oriental del río Magdalena y la boca de la Barra, lugar donde ligeramente sobrepasa el kilómetro de anchura.

En sus 45 kilómetros de longitud, la isla describe un arco suave y cóncavo que remata frente a Pueblo Viejo. Según Rasveldt (1957: 178-192), la flecha litoral de Salamanca se formó a partir de un banco de arena que se extendía a lo largo de la porción norte de una antigua bahía que ocupaba el área actual de la Ciénaga Grande de Santa Marta.

Sobre este banco, las arenas a la deriva, impulsadas por las corrientes y las olas, terminaron por aislar la antigua bahía y originaron la inmensa albufera que hoy conocemos como Ciénaga Grande. Encima de esta flecha litoral existían hasta hace pocos años, varios canales naturales a través de los cuales se producía un intercambio de agua entre la ciénaga y el mar; éstos fueron eliminados a raíz de la construcción de la carretera troncal del Caribe, a excepción del que se conoce con el nombre de boca de la Barra, entre las poblaciones de isla del Rosario y Pueblo Viejo. En los últimos años este canal ha sido insuficiente para mantener el equilibrio natural de la vida acuática en la Ciénaga Grande de Santa Marta en condiciones óptimas.

La isla de Salamanca

Participa del régimen climático que caracteriza a las tierras bajas del litoral caribe colombiano. Entre los factores condicionadores de su clima, los vientos, las temperaturas y las lluvias son los más destacados. Durante los meses de abril a noviembre se precipitan sobre la isla 685 mm de lluvia en promedio interrumpida por una inflexión acentuada en el mes de junio, que la gente llama veranillo de San Juan.

Esta determina dos etapas para el régimen de las precipitaciones: abril-junio y julio-noviembre. De acuerdo con registros de once años, en la primera etapa caen 200 mm en promedio; es decir, el 34% aproximadamente (IGAC. 1973: 49).

La alternación entre baja lluviosidad y períodos secos, combinada con una temperatura promedio de 29, influyen en la distribución del paisaje: mientras el mangle crece como un cinturón verde a lo largo de las orillas de la Ciénaga Grande y a manera de enclaves en ciertos trechos de la playa, un matorral achaparrado, en el que abundan plantas espinosas y cactáceas, se extiende en el resto de la isla.

[1] La Ciénaga Grande fue una antigua bahía que quedó aislada del mar Caribe, al formarse la flecha litoral de Salamanca. No obstante la albufera mantuvo, hasta hace poco, contacto con el mar a través de varios canales naturales que cruzaban la isla de Salamanca de norte a sur. (Foto: Andrés Hurtado)

Durante el período seco, al cual se suma la acción de los vientos alisios, el matorral se agota y la isla adquiere un aspecto semidesértico. A estos aspectos meteorológicos hay que agregar la acción del hombre. La isla fue intensa e inadecuadamente explotada en el pasado reciente.

En ésta se asentaron colonos que trabajaban la tierra con el sistema de roza y quema; algunas haciendas ganaderas descuajaron el monte para convertirlo en potreros o talaron el mangle para transformarlo en carbón.

Posteriormente, los canales naturales que conectaban la Ciénaga Grande con el mar, fueron eliminados al construir la carretera que atraviesa la isla de occidente a oriente. Como resultado de esa destrucción quedan hoy vastas extensiones cubiertas por troncos secos, testimonio de la ruptura del equilibrio ecológico.

En las excavaciones arqueológicas realizadas por nosotros en la isla de Salamanca, en 1977, fue frecuente encontrar huesos de especies terrestres, acuáticas y semiacuáticas, que ilustran la fauna característica del área.

Su enumeración y clasificación aparecen en las notas relativas al inventario de los cortes de dichas excavaciones (Angulo Valdés, 1978). Poco antes que el Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena), bajo cuyo control y vigilancia se encuentra la isla, prohibiera la caza en esta zona, famosa en el pasado por su riqueza en aves y fauna arbórea y terrestre, ésta había entrado ya en una etapa de franca extinción.

“La isla de Salamanca se caracteriza por una elevada concentración de aves migratorias y nativas cuya clasificación está llegando ya a las 250 especies. Uno de los efectos de la declaratoria de Parque Nacional ha sido el de poner fin o al menos controlar la caza, evitando prácticas contraproducentes que estaban terminando con esta riqueza” (IGAC, 1973: 16).

Ciénaga Grande de Santa Marta

Es una albufera de 400 km2 que se extiende por el sur y el oeste hasta la porción NE del delta del río Magdalena; esta zona aparece cubierta en la actualidad por numerosas ciénagas menores y playones inundables y se conoce con el nombre de complejo lacustre de Pajaral.

Por el este, y a través de ríos y caños que se abren paso por entre los pantanos, se pone en contacto con las tierras planas que se extienden desde el pie de monte occidental de la Sierra Nevada. Por el norte, bordea el extremo meridional de la isla de Salamanca.

La anchura de la Ciénaga, tomada en sentido norte-sur, es de 25 kilómetros, mientras que de este a oeste llega a 20 kilómetros. A pesar del acarreo de sedimentos que transportan los ríos que bajan de la vertiente occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta y de los caños que se desprenden del río Magdalena, la Ciénaga muestra aún profundidades que oscilan entre los 0.50 y los 15 metros.

La Ciénaga Grande fue una antigua bahía que quedó aislada del mar Caribe al formarse la flecha litoral de Salamanca. No obstante este fenómeno, la albufera mantuvo hasta hace poco contacto con el mar a través de varios canales naturales que cruzaban la isla de Salamanca de norte a sur.

“Se discute mucho entre los moradores de la Ciénaga sobre la Barrita o paso de Angostura 1 ; la mayoría cree que la interrupción provocada allí por la carretera ha sido funesta para la fauna ictiológica de la Ciénaga. En la época de fuertes inundaciones causadas por el invierno, los pobladores de Tasajeras han abierto el paso de Angosturas, creyendo con esto aliviar un poco el nivel de las aguas.

Se ha calculado la capacidad de desagüe por la boca de Angostura en una quinta parte de la boca de la Barra, en Pueblo Viejo; capacidad que se lograría mediante la construcción de un puente semejante al de la boca de la Barra, pero ésta no es la única dificultad. La principal reside en el hecho de que la sedimentación de la corriente litoral del mar es muy importante en este sitio y ha cerrado la salida cada vez que los pescadores la han abierto para ayudar a descargar la Ciénaga durante las crecientes” (IGAC, 1973: 29).

Aunque el régimen climático de la Ciénaga Grande participa, en cuanto a la periodicidad de las lluvias y a la oscilación de las temperaturas, del que hemos descrito para la isla de Salamanca, conviene señalar que existen otros factores que contribuyen a la fisonomía particular del paisaje en algunas de sus áreas. Esto se manifiesta a través de la vegetación, la fauna y de ciertas condiciones que debieron favorecer en el pasado los asentamientos humanos.

La Ciénaga Grande se enmarca dentro de un cinturón de mangle que le sirve de límite natural. Sin embargo, esta vegetación, característica solamente de las orillas occidental y norte, se combina con otras especies vegetales en sus tramos sur y oriental, como consecuencia de las numerosas corrientes de agua “dulce” y la proximidad de la tierra firme. La vegetación típica de la Ciénaga Grande ha sido clasificada en cuatro grandes grupo:

Vegetación de pantano, en la que abunda el buchesábalo (Renealmia occidentalis); el bijao (Heliconia bihai L.) y la enea (Typha latifolia L.). Vegetación arbórea y herbácea, en aquellos sitios de menos exposición a las aguas detenidas; está representada por guarumos (Cecropia spp.), bledo (Amarantus dubius), etc.
[2] La Ciénaga soporta hoy una fauna empobrecida como consecuencia de los procedimientos inadecuados que se utilizan para su explotación. En el siglo XVll fray Pedro Sierra señalaba no sólo la abundancia de peces, tortugas, caimanes, manatíes, etc., sino, además, la forma inadecuada como se explotaba esta riqueza. (Foto: AIdo Brando)

[3] La única base de la estabilidad de los habitantes de los palofitos, que parece conservarse desde hace varias centurias, es la pesca, que hoy distribuyen directa o indirectamente a los grandes centros de consumo como Barranquilla Santa Marta y poblaciones de la antigua zona bananera. (Foto: Aldo Brando)

Vegetación arbórea que crece en las riberas de los ríos Sevilla, Frío, Orihueca, Aracataca, Fundación y a lo largo de numerosos caños. Son característicos: el mamón de tigre (Syderoxylon colombianum Stand), el guanábano de monte (Guarea trichiloides L.), etc.
Vegetación halófila, propia de la desembocadura de los ríos y caños y del frente que da hacia la Ciénaga, caracterizada principalmente por el mangle colorado (Rizophora mangle L.).
Al lado de la especie anterior se pueden citar el mangle prieto o salado (Avicenia germinans) y el mangle amarillo (Laguncularia racemosa). En las ciénagas interiores con baja salinidad o carentes de ésta, así como en los caños y ríos, es frecuente la taruya o bata de agua (Reichornia azurea Kunth) que, en muchas ocasiones, forma tapones que impiden el fácil desplazamiento de las canoas.

Dentro de las condiciones físicas descritas, la Ciénaga Grande soporta hoy una fauna empobrecida como consecuencia de los procedimientos inadecuados que se utilizan para su explotación. Desde el siglo XVII, fray Pedro Simón señalaba no sólo la abundancia de peces, tortugas, caimanes, manatíes, etc., sino, además, la forma inmoderada como se explotaba esta riqueza (Simón, 1982: 294).

Aquellas condiciones siguen vigentes pese al control que el Inderena ejerce sobre el área. Los caimanes (Crocodilus sp.) por ejemplo, también han desaparecido de la Ciénaga Grande y las babillas (Caimán fuscus), están a punto de correr la misma suerte.

Hacia la porción oriental y sur de la albufera aún viven en los pastizales inundables algunas manadas de ponches (Hydrachoerus hydrochoerus). Los escasos tigres que se aventuran a través de los manglares para pescar desde las raíces que sobresalen del agua también están expuestos a la extinción. Ocasionalmente es posible ver grupos de monos colorados (Cebus capucinus) e iguanas (Iguana iguana) que son víctimas de los cazadores igualmente.

Las aves, en cambio, todavía abundan en la Ciénaga Grande. Pueden citarse algunas como el pato yuyo (Anhinga anhinga), el pato careto (Oxyura dominica), la garza real (Casmerodius alba egretta), el longuillo o pato cuervo (Phalacrocarax olivaceus olivaceus), el pato cucharo (Ajaia ajaja), la garza gris o morena (Andrea cocoi), la garza blanca (Casmeradius albus agretta).

En las ciénagas interiores formadas por los ríos y en los caños, son frecuentes el pato pisingo (Dendrocygna autumnalias discolor) y el pato real (Cairina moschata), (Dugand, 1947: 524-542). Existen aves migratorias como el pato barraquete (Anas discors) que se desplaza desde Canadá (Tabares, 1953: 136), hasta la Ciénaga Grande. Una de las aves más bellas de la región, que ha desaparecido o migrado a otras zonas, es el flamenco rosado (Phoenicopterus ruber). En 1963, Krogzemis tuvo ocasión de ver a más de un millar de éstos en la ciénaga de Alfandoque, ubicada en el complejo lacustre de Pajaral (Krogsemis 1967: 94).

A pesar de los sistemas rudimentarios utilizados en la pesca y del uso que se hacía hasta hace poco de la dinamita, la Ciénaga Grande constituye la base económica de siete poblaciones asentadas en sus alrededores; cuatro en la isla de Salamanca: Tasajeras, Palmira, Isla del Rosario y Pueblo Viejo. Las tres restantes son establecimientos palafíticos; el primero, Trojas de Cataca, ubicado en las cercanías de la desembocadura del río Aracataca; Buenavista y el Morro, en la ciénaga de Pajaral, tributaria de la Ciénaga Grande.

A esto habría que agregar los cambios que se vienen produciendo en la salinidad de sus aguas con motivo del cierre de los canales naturales que la conectaban con el mar antes de la construcción de la carretera, así como también por los aportes permanentes de los ríos que bajan de la vertiente occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta y de los caños alimentados por el río Magdalena.

“La Ciénaga Grande de Santa Marta presentaba comunicaciones especiales como zona de alimentación de peces y quizás a esta circunstancia se debía la inmensa y variada riqueza ictiológica que en ella se encontraba. La mayoría de las especies entraban a la Ciénaga en busca de alimento durante el invierno, teniendo para ello muchas rutas de acceso tanto marítimas como fluviales aunque actualmente se hallan obstaculizadas y reducidas por el caño del Clarín y la Boca de la Barra” (IGAC, 1973: 29).

Este fenómeno se manifiesta también en la desaparición paulatina de los criaderos de ostras, tan abundantes en otro tiempo, a lo largo de la orilla meridional de la isla de Salamanca y en los manglares. No obstante estos factores negativos, la Ciénaga Grande continúa siendo el centro pesquero continental más importante de Colombia.

Complejo lacustre de Pajaral

Desde la línea de mangles que bordea las orillas occidental y sur de la Ciénaga Grande, hasta la banda oriental del río Magdalena, se extiende una llanura inundable considerada por algunos geógrafos como parte del delta de dicho río (IGAC, 1973: 26). Esta zona está cubierta por numerosas ciénagas de escaso fondo, algunas de las cuales se convierten en playones durante las bajas más acentuadas del Magdalena.

Las condiciones climáticas del área ocupada por este sistema lacustre son similares a las de la Ciénaga Grande; sin embargo, es importante señalar otros factores que inciden en su ecología; como por ejemplo, el descenso paulatino de la salinidad de sus aguas a medida que nos desplazamos hacia el sur, hasta el punto de que es nula a la altura de la Ciénaga de la Aguja.

En estas condiciones es fácil observar que ciertas especies de mangle van retrocediendo, dejando paso a un tipo de vegetación de agua “dulce”. Sólo la Rhizophora o mangle colorado, que alcanza una considerable altura, logra predominar en el pantano y en las orillas de las ciénagas.

Lo que hemos llamado vegetación de agua “dulce” está representada particularmente por el hobo o jobo (Spandias mambier), el totumo (Cresencia cujeta), el yarumo (Cecropia, spp.), la caña brava o lata (Arundo donax L.), la palma amarga (Copernicia), la majagua (Hiscus, spp.) etc., a lo cual se suman zonas de vegetación herbácea. En estas ciénagas, así como en los caños que separan los islotes, son frecuentes los tapones de taruya (Eichornia azurea).

Algo semejante ocurre con los peces. La lisa (Mugil spp.) por ejemplo, ya no es tan abundante aquí, como en la Ciénaga Grande; a cambio de esto, surgen especies típicas del río Magdalena que encuentran en estas ciénagas condiciones favorables para su desarrollo; como el caso del bocachico (Prochilodus) y el bagre (Psendoplaystoma fasciatum L.)

Los palafitos

Los concheros 2 de la Ciénaga Grande y del complejo lacustre de Pajaral parecen estar vinculados, en su origen, a las mismas necesidades que motivaron los establecimientos lacustres actuales. Algunos de los concheros, por ejemplo, son de extensión limitada y de escasa profundidad; otros, en cambio, son superiores a las dos hectáreas y sobrepasan los tres metros de profundidad, como ocurre en la loma de López, en el caño San Joaquín.

Algo semejante observamos en Mina de Oro y en la loma del Chuchal, próximos a la desembocadura del río Fundación, donde los sondeos realizados produjeron casi dos metros de material cultural. Por lo que hace al complejo lacustre de Pajaral, las excavaciones en las islas de tía María y Cecilio, sobrepasaron los 1.50 metros.

Estos datos nos permiten suponer que algunos concheros fueron sólo establecimientos temporales de pesca, mientras que otros debieron ser lugares habitados durante largos períodos, lo que ha sido confirmado con fechas de radiocarbono (Angulo Valdés, 1978).

Con base en informaciones que tenemos de los palafitos actuales —de los que existen descripciones completas (Tovar Ariza, 1947: 16 y Krogzemis, 1967: 96-99)— sabemos por ejemplo, que El Morro, llamado también Nueva Venecia, data de 1847 y que fue resultado del traslado de un campo de pescadores que habitaban las Trojas de Gálvez, lugar situado cerca de Sitionuevo, no muy lejos del río Magdalena.

La profundidad de la ciénaga en que estaban ubicadas las Trojas de Gálvez había disminuido como consecuencia de una activa sedimentación; además, era una zona infectada de mosquitos. El Morro cuenta hoy con unos 8.000 habitantes, aproximadamente. Es muy probable que, en el futuro, la sedimentación provocada por las corrientes, la acumulación de basuras y detritos produzca condiciones desfavorables que obliguen a otro cambio de lugar.

Otro palafito es Buenavista, situado a ocho kilómetros al oriente de El Morro. Como en el caso anterior, éste carece de comunicación directa con la tierra firme. Su población, de unos 1.500 habitantes, procede también de pueblos ribereños del Magdalena. El tercer palafito, Trojas de Cataca, se asienta en el extremo SE de la Ciénaga Grande.

Muestra diferencias con los anteriores, en cuanto a las pautas de poblamiento y en las posibilidades de desarrollo de una economía mixta. Una tercera parte de las viviendas de dicho palafito han sido construidas recientemente en tierra firme mientras que el resto conserva las características de un pueblo levantado sobre estacas.

Ubicado como se halla en la desembocadura del río Aracataca, tiene acceso ilimitado al agua potable, recurso del cual carecen Buenavista y El Morro. Estos últimos se ven obligados a recorrer 25 y 35 kilómetros, respectivamente, en el mismo río, para satisfacer esta necesidad.

[4] Las aves todavía abundan en la Cienaga Grande. Pueden citarse algunas como el pato yuyo, el pato cuervo, el careto, la garza real, el pato cucharo, la garza gris y la garza blanca. (Foto: Diego Samper).

Por otra parte, las tierras próximas a la desembocadura del río Aracataca se inundan rara vez y constituyen por su fertilidad un incentivo para las labores agrícolas. De este modo, una buena parte de los habitantes de Trojas de Cataca combinan la pesca con la agricultura y con una reducida ganadería que se halla en manos de unos pocos. Estas condiciones no se dan en los palafitos de la ciénaga de Pajaral, donde sus habitantes tienen que adquirir el resto de sus alimentos en Sitionuevo 3 o en la ciudad de Barranquilla, principal centro consumidor del pescado que se produce en la Ciénaga Grande.

La única base de la estabilidad de los habitantes de estos palafitos, la que parece conservarse desde hace varias centurias, es la pesca, que hoy distribuyen directa o indirectamente a los grandes centros de consumo como Barranquilla, Santa Marta y poblaciones de la antigua zona bananera. El producto llega a los mercados en estado fresco, salado o secado al sol. Para esto último, se utilizan pequeñas barbacoas hechas con varas de manglar.

Los ingredientes básicos de la subsistencia de estas poblaciones, sobre estacas, han cambiado muy poco. La dieta continúa siendo el maíz, la yuca dulce (Manihot utilissima) y el pescado; por otra parte, el sistema primitivo de apropiación de los recursos alimentarios de la Ciénaga, particularmente peces y moluscos, sigue siendo el mismo desde hace varios siglos.

Estos factores, que imprimen cierta monotonía a los modos de vida de los palafitos, parecen no estar determinados del todo por el aislamiento geográfico o por razones limitantes en la vida social de los miembros de cada comunidad (las casas se encuentran separadas entre sí por el agua), sino también, como debió ocurrir en el pasado, por efectos de un excedente en cada familia, que permite, independientemente, el intercambio con los centros de consumo.

Un ejemplo de intercambio temprano entre la Ciénaga Grande y el Bajo Magdalena lo encontramos en una cita de Oviedo, que se refiere a la expedición de Pedro de Heredia al río Magdalena antes de la fundación de Cartagena:

“De allí partió el gobernador el mismo día, é llegó a dormir en la costa del río grande; no halló pueblo sino un varandero de canoas, y estaban allí unos indios mercaderes de la gobernación de Santa Marta, que traían dos canoas llenas de camarones secos que traían por mercadería, e con sal e otras cosas” (Oviedo y Valdés, T. VI: 289).

Simón, con respecto a la abundancia de tortugas en las ciénagas adyacentes y el Bajo Magdalena, anota:

“Es tan grande el número de huevos que les quitan, que el año pasado subiendo yo el río por el mes de julio, que es el verano, una flotilla de diez canoas, haciendo por curioso entretenimiento número por mayor de los huevos.., pareció serían de doscientos y cincuenta mil” (Simón, V. IV: 294-295).

No obstante la crisis ecológica actual de la Ciénaga, ésta sigue siendo el centro productor más importante de pescados y mariscos del norte colombiano. Las tres poblaciones importantes asentadas en la isla de Salamanca: Tasajeras, Palmira y Pueblo Viejo, continúan derivando su subsistencia de la pesca. Es más, pese a que desde hace unas tres décadas entraron en rápido contacto con los centros tradicionales de consumo, Barranquilla y Santa Marta, a través de una carretera muy activa, aún no han llegado allí algunos servicios de la vida moderna como el teléfono y el acueducto.

El análisis del material cultural excavado en la Ciénaga Grande de Santa Marta muestra también claras evidencias de contacto con la Sierra Nevada en el pasado. Sin embargo, cualquier intento por interpretar estas relaciones debe influir, pese a las limitadísimas informaciones que poseemos, las relativas a las comunidades que vivían en la tierra plana que ocupaban desde el pie de monte occidental de la Sierra Nevada hasta la orilla oriental de la Ciénaga Grande; territorio que, según identificación de Reichel-Dolmatoff, correspondería a las provincias del Carbón, Orejones y extremo sur de la provincia de Betoma (1951).

Se trata de una región fértil, surcada por ríos y quebradas que bajan de la Sierra Nevada.

De estos indígenas se sabe que exhibían una cultura diferente a los tairona, que cultivaban el maíz y otros frutos y que sostenían, con base en estos productos, relaciones con pescadores de la Ciénaga Grande. El lugar donde hoy se encuentra la ciudad de Ciénaga, por ejemplo, era una especie de mercado que facilitaba este intercambio.

Allí se cambiaban el pescado y la sal por mantas y otros productos artesanales de la sierra (Krogzemis, en Reichel-Dolmatoff, 1951: 83-90). La importancia de este comercio, responsable en buena parte de la provisión de proteínas para muchas de las poblaciones de la sierra, se aprecia en algunos relatos de los cronistas y en documentos posteriores.

“Los indios de Betoma vendían mantas de algodón a los de la Provincia del Carbón (32, V. 182). Los indios de Pocigüeica cambiaban oro y mantas por sal y pescado con los grupos de la costa (32, II, 18: 18, V. 282) y las poblaciones en la vertiente occidental dependían en tal grado de su comercio de pescado y sal con los indios de Gaira, Durcino y Ciénaga, que cuando éstos se fugaron a la Sierra para escapar de sus encomenderos, las tribus serranas les dieron oro para que regresaran a la costa y continuaran allí para no interrumpir el comercio de peces y sal (Ms-3 Fol. 568 V). Los indios de la Sierra cambiaban oro y mantas por sal y pescado con los indios de la Ciénaga ya en la época de García de Lerma” (Reichel-Dolmatoff, 1961: 118-119).

El cronista Simón, refiriéndose a los indígenas de Santa Marta, anota:

“Usaban de cerbatanas curiosísimas con que mataban con flechas sutiles de toda suerte de aves, sólo para la pluma pues nunca comían carne ni aún de venados, porque fuera de maíz y raíces, su sustento era pescado y frutas… la abundancia que tenían de pescado los que vivían cerca del mar y los demás compras y rescates” (Simón, 1892: 356).

En la época de la llegada de los españoles estas relaciones de intercambio estaban en pleno florecimiento y coincidían con el alto grado de desarrollo al que había llegado la cultura tairona en su arquitectura lítica, en la ingeniería, en la explotación agrícola, en el tejido, la cerámica, la orfebrería y la artesanía; así como en su organización social y política; en este contexto hicieron su aparición artesanos y comerciantes. Sin embargo, los intentos de unificación territorial de esta cultura no transcendieron más allá de los límites de algunas regiones de la Sierra, como ilustra el ensayo de federaciones de aldeas con centro en Bonda y Pocigüeica. Este hecho, unido a la falta de un complejo bélico en la Ciénaga Grande, demuestra que las relaciones de intercambio entre las dos áreas eran pacíficas y que la idea de zona dependiente, propuesta por algunos arqueólogos para esta última, no se basaba, al parecer, en acciones compulsivas.

[5] Tasajeras, Palmira y Pueblo Viejo continúan derivando su subsistencia de la pesca. (Foto: Egar)